A
finales del siglo XX se aprueba la comercialización del primer
fármaco que demuestra cierta eficacia para combatir la enfermedad de
Alzheimer: la tacrina. A principios de los años 80 se publica un
trabajo en The
New England Journal of Medicine,
donde 12 de los 18 enfermos estudiados presentaron una espectacular
mejoría.
Estos buenos resultados hicieron que la industria farmacéutica propietaria de la tacrina se decidiera a seguir investigando. Más de 10 años de estudios en muchos pacientes con esta enfermedad culminaron con su comercialización en los Estados Unidos en septiembre de 1993.
Estos buenos resultados hicieron que la industria farmacéutica propietaria de la tacrina se decidiera a seguir investigando. Más de 10 años de estudios en muchos pacientes con esta enfermedad culminaron con su comercialización en los Estados Unidos en septiembre de 1993.
Dos
estudios fueron cruciales en este sentido, en los que participaron
más de 600 pacientes, con unos criterios diagnósticos y de
clasificación de la enfermedad de Alzheimer más homogéneos,
utilizando nuevos instrumentos de evaluación desarrollados al
efecto. Los resultados mostraban la eficacia sintomática de la
tacrina sobre la enfermedad y la buena tolerabilidad del medicamento.
Este tratamiento sintomático tiene como objetivo mejorar la pérdida
de la memoria y es eficaz mientras se está tomando. Sin embargo, un
reciente análisis a largo plazo sugiere que existe un cierto efecto
enlentecedor de la enfermedad. Este trabajo, que se publicará en
agosto en la revista Neurology,
demuestra que los pacientes con enfermedad de Alzheimer que tomaban
menos de 120 mg/d de tacrina ingresaban en residencias una media de
un año antes que los que tomaban 120 mg/d o más. Además, también
parece existir una menor mortalidad en el grupo que tomaron las dosis
de 120 mg/d o más. Sin embargo, los efectos secundarios,
especialmente la hepatopatía, han ido reduciendo su uso y en muchos
países se acordó la retirada progresiva de este fármaco del
mercado.
A
este anticolinesterásico pronto le siguieron otros, como el
Donepezilo, la Rivastigmina y la Galantamina, disponibles en
formulación oral y la Rivastigmina disponible también en forma de
parche transdérmico. La indicación de estos tratamientos se ha ido
extendiendo desde la enfermedad de Alzheimer a otras demencias
neurodegenerativas, como el uso de Rivastigmina para la demencia por
cuerpos de Lewy y demencia asociada a la enfermedad de Parkinson e
incluso hay evidencia que avala el uso de estos fármacos en la
demencia mixta con componente vascular.
De
los anticolinesterásicos pasamos a la otra molécula comercializada
en la actualidad para la enfermedad de Alzheimer: la memantina. El
clorhidrato de memantina se sintetizó originariamente en 1963
buscando un fármaco antidiabético, pero resultó ser ineficaz para
este objetivo. Una década más tarde se comprobó que tenía cierta
eficacia en la enfermedad de Parkinson, si bien no se llegaron a
promover ensayos clínicos en este sentido. En 1989 se describió su
mecanismo de acción, consistente en un antagonismo reversible de los
receptores N-Metil-D-Aspartato (NMDA), y se comenzó a usar en
Alemania como un fármaco para el tratamiento de la demencia. Sin
embargo, los ensayos clínicos que condujeron a su aprobación formal
para el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer no concluyeron
hasta finales de la década de los 90; siendo aprobado su uso en la
Unión Europea en el año 2002 y en Estados Unidos en 2003 para el
tratamiento de la enfermedad de Alzheimer moderadamente avanzada. Y
desde entonces no se han aprobado nuevos fármacos para el
tratamiento de las demencias en general, y de la enfermedad de
Alzheimer en particular. Más de una década ausentes de nuevas armas
terapéuticas para luchar contra una enfermedad que causa tanto daño
a los pacientes y a sus familiares.
MANUEL MENÉNDEZ GONZÁLEZNEURÓLOGO DEL HOSPITAL ÁLVAREZ BUYLLA, MIERES (ASTURIAS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar nuestro blog